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lunes, 21 de noviembre de 2016

ROCIO JONES Y LA PENÚLTIMA CRUZADA

Si os gusta viajar, como es nuestro caso, no podéis dejar de visitar Jordania. Para mí ha sido un viaje perfecto para mezclar turismo de relax, aventura y cultural. Han sido sólo cuatro días, pero han cundido mucho, así que no me quedo con la sensación de que me han faltado cosas por ver. Y está claro que en cuatro días no nos ha dado tiempo de visitar todas las cosas que ofrece, pero sí todo lo que nos habíamos planteado antes de ir.

Ya que este blog no es sobre nada específico pero sobre todo en general, vamos a hacer de esta entrada un post de viajes y que así pueda servir de guía para aquellos que en algún momento se planteen visitar este maravilloso y para nada peligroso país, por mucho que haga frontera con Siria e Irak.

Como llegamos a Amman un miércoles noche tarde nos fuimos directamente a dormir al hotel y decidimos dejar la capital para el último día. Así que el jueves lo primero que hicimos es coger el coche que habíamos alquilado e ir a Jerash, una ciudad romana perfectamente conservada a pesar de haber sufrido terremotos y guerras. Es inmensa y para los que gusten de visitar restos arqueológicos les va a encantar. Además está muy cerca de Amman y la carretera no está tan mal.

Como teníamos el tiempo tan limitado, de allí nos fuimos al Mar Muerto para darnos un baño y comer, pero no para dormir porque como digo teníamos que aprovechar los días al máximo. Así que nada más salir de Jerash cogimos él coche y nos fuimos directamente a uno de los hoteles que hay a las orillas del lago situado en el punto más bajo de la tierra, más de 400 metros bajo el nivel del mar. En estos resorts pagas un precio (tampoco tan caro) y puedes aprovechar todas las instalaciones. Y lo hicimos así porque tomar una ducha después de bañarte en unas aguas que superan nueve veces el nivel de salinidad de cualquier océano, es más que necesario.

La sensación de flotar como un corcho es bastante curiosa, pero a mí que soy bastante tiquismiquis, no me terminó de convencer. Y es que como se te meta una gota de agua en el ojo o tengas cualquier herida, ya la has fastidiado, porque no veas como escuece eso. Además después de bañarte allí la piel te huele como a espidifen, con lo malísimo que está el medicamento ese. Hasta que no llegamos a Petra y nos volvimos a duchar no se me fue el maldito olor ese de la nariz. Pero aún así creo que es una experiencia que hay que vivir si vas a Jordania, ya que el baño es curioso y además hay unos barros que te puedes untar por todo el cuerpo que te dejan la piel como el culito de un bebé. Y no se nos puede olvidar la maravillosa sensación de tomarse una cerveza bien fría en una terraza con piscina, que los que podéis beberla no le daréis tanta importancia, pero para mí es un punto positivo más a tener en cuenta, sino el más importante. Bueno tampoco es eso.




Con el olor a espidifen en la piel, cogimos el coche y nos dirigimos para Petra. Y aquí viene el momento más inolvidable del viaje, el cual recordaremos David y yo con mucho... no sé ni cómo expresarlo, así que prefiero dejar los puntos suspensivos. Por lo visto, para llegar a Petra tienes dos caminos, o la desert road o la Kings Highway y nosotros cogimos este último porque es el que viene bien desde el mar muerto y además eso de Highway suena bien, que ya me veía yo como en la autopista de Cádiz, pagando su peaje y tomando un café en la venta el fantasma. Pues nada más lejos de la realidad, que sepáis que lo de Highway no es autopista en inglés jordano, alli lo de Highway me da a mí que va porque es una carreterucha que va por las montañas y las montañas son muy high. Y lo de carreterucha es por darle un nombre bonito, porque aquello era un camino de cabras de mala muerte. Para ser fiel a la verdad, debo decir que empezó como carreterucha, pero después de una hora y media conduciendo por allí y encontrarnos un cartel de carretera cortada, al que decidimos no echar cuenta, ya se convirtió en caminucho de cabras de mala muerte. Lo de no hacerle caso al cartel es porque vimos un coche que tampoco lo hacía y seguía adelante, así que nos autoconvencimos de que ese conductor realmente sabía por dónde iba y decidimos seguirle. Debo dar gracias a Dios o a las fuerzas de la naturaleza de que estuviera oscuro y no pudiéramos ver por dónde nos estábamos metiendo, porque había veces, y no unas pocas sino muchas, que nos sabías lo que tenías a dos metros, si más camino o la nada más profunda. Pero después de casi dos horas conduciendo por allí y todos los músculos doloridos por la tensión conseguimos llegar a Wadi Musa, la ciudad que hay al lado de Petra.

Como veo que me estoy poniendo muy pesada con esta entrada y no me va a quedar nada para contaros mañana, vamos a dejarlo por hoy y os dejo el final del viaje para la próxima entrada. Además el reportaje fotográfico lo dejo también para otro día, ya que estoy esperando a que David me envíe las 800 fotos que hemos hecho.






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